Agracón, la Asociación Aragonesa de Agricultura de Conservación, trabaja desde hace años en cultivar cereales que tienen una amplia demanda como el trigo sarraceno, mijo o la quinoa.
Aragón ha sido siempre una región eminentemente cerealista en sus cultivos. El trigo, el maíz o la cebada ocupan prácticamente el 70% de los suelos que se cultivan en la Comunidad. Sin embargo a estas variedades tradicionales se les va sumando en los últimos años otras especies que de arraigar en territorio aragonés, bien podrían tener cabida en el futuro.
Cereales y pseudocereales como la quinoa, el trigo sarraceno o el mijo han llenado en los últimos años los lineales de los supermercados debido a su buen nombre gracias a sus cualidades nutritivas y un aspecto fundamental para diferenciarlos de otros como el trigo: carecen de gluten, lo que los hace necesarios para las personas celíacas.
Otra moda del ‘sin’
Su nombre, sin embargo, se ha extendido más allá de las necesidades de las personas intolerantes al gluten, convirtiéndose en alguno de los ingredientes más demandados y que por precio superan con mucho los estándares que marca el mercado cerealista. Sin embargo, y a pesar de su eclosión en el último lustro, la mayoría de estos alimentos siguen llegando a España importados. La quinoa desde sus lugares originales, Perú y Bolivia (aunque cada vez se planta en más países) o el trigo sarraceno desde China, Rusia y Ucrania.
Ignacio Eseverri es agricultor y presidente de Agracón, la Asociación Aragonesa de Agricultura de Conservación, una organización que defiende métodos de cultivo que hagan un mejor uso de los recursos agrícolas y prevengan la erosión del suelo manteniendo una cubierta vegetal. Eseverri ha probado en los últimos años con distintos tipos de estos cultivos, y aunque aún a una escala pequeña, mantiene una producción de trigo sarraceno y mijo.
“Son cultivos que pueden adaptarse bien al clima de Aragón pero en los que aún se tiene que andar mucho en su producción. Por ejemplo, cuesta encontrar empresas que descascarillen el trigo sarraceno”, señala. En Agracón también fueron pioneros en la ensayos con quinoa en Tauste dentro de la Red de Intercambio de Conocimiento Agrario de la DGA. Plantaron distintas variedades hace unas campañas, pero el cultivo no prosperó. “Cuesta encontrar variedades y semillas, y toca seguir experimentando”, señala el agricultor. De este pseudocereal también se han realizado pruebas en Teruel, donde una empresa comenzó a comercializarla, y en las cooperativas de Casetas y Ejea, con resultados todavía no concluyentes.
La dificultad de la quinoa radica también en los procesos que necesita después. Se debe quitar la saponina, una sustancia que puede ser tóxica para el ser humano, y solo existe una planta que la limpie en Andalucía. Además, al ser un cultivo de año completo, hace que los ensayos todavía sean menores por el riesgo de perder rentabilidad.
El caso del trigo sarraceno y el mijo sí que está tocando ya el suelo de la Comunidad, aunque todavía de forma escasa con apenas unas 20 hectáreas, según los datos que publica la DGA. Aunque de nuevo el problema es su comercialización. Eseverri ha formado su propia empresa comercializadora, ‘Aragón sin gluten’, para darle salida ante las escasas alternativas. “Es un cultivo en el que hay que tener muy controlada la trazabilidad porque si por ejemplo interfiere algo de trigo ya hay gluten, y por lo tanto no se puede comercializar, pero por contra las semillas se adaptan muy bien al clima aragonés”, comenta.
Al trigo sarraceno, el mijo, o las pruebas con la quinoa se suma el sorgo, un cereal usado desde antaño en Aragón casi como un barbecho que se ha recuperado en los últimos años, donde se han doblado sus hectáreas hasta las 7.000 en la comunidad. También libre de gluten, este cultivo es especialmente válido porque tras su cosecha deja en la tierra una gran cantidad de nutrientes. Su uso, destinado prácticamente para pienso animal, está tornando también en los últimos años hacia la harina de sorgo para consumo humano.